Capitalismo

CreacionHacía diez días que Andrés estaba resolviendo la tarea que le habían asignado en Marte y ya extrañaba Buenos Aires. Decidió que en unos minutos se zambulliría en la realidad virtual para estar un rato en casa, pero iría a la Buenos Aires de su infancia, en la década de 1970, y no a la actual. Por supuesto que podía teletransportarse a la Tierra y quedarse un rato allí, pero no valía la pena. Es que, en 2113, Buenos Aires no se parecía en nada a la ciudad que tanto extrañaba, de modo que mejor sería reproducir virtualmente el mundo del pasado. Además podría comer una hamburguesa como las que cocinaba su madre en aquellos tiempos… ¡Hacía tanto que no probaba una!

Andrés era un presingular, nombre con el que se conocía a quienes habían nacido antes de la singularidad ocurrida en la década de 2040. A sus 146 años no terminaba de acostumbrarse al nuevo mundo. Para muchos era muy difícil renunciar a lo que habían conocido de niños. Es cierto que a todas las generaciones les pasó lo mismo y Andrés recordaba como su padre se resistía a usar las primeras computadoras y el primitivo Internet. Pero esto era distinto ya que la singularidad no había sido sólo otra novedad sino el cambio de paradigma más radical en toda la historia de la humanidad. Lo más difícil de todo fue asimilar que la muerte ya no fuera ineludible. Algunos, incluso, llegaron a suicidarse al no poder soportarlo.

La mayoría de los presingulares, sin embargo, optaron por otra solución y se convirtieron en falsos postsingulares. Sencillamente aprovecharon las técnicas de manipulación cerebral y reemplazaron en sus memorias, de manera definitiva, todo lo acontecido antes de 2050 por hechos ficticios pero en concordancia con la nueva realidad. Esta gente logró estar en paz con su existencia.

Pero algunos como Andrés no quisieron someterse a ninguna manipulación. No era fácil sostener esta decisión aunque, por suerte para ellos, la tecnología ultradesarrollada ayudaba mucho ya que permitía reproducir virtualmente los tiempos de la infancia (e incluso sentirse realmente un niño) utilizando las vivencias extraídas directamente del cerebro. Por otra parte, también se había logrado reproducir a los muertos buscando, a través de algoritmos, dentro de todas las conciencias matemáticamente posibles. Los padres de Andrés, por ejemplo, habían vuelto a la vida y sus cerebros fueron cargados utilizando los recuerdos almacenados en las mentes de todos quienes los habían conocido.

La mayor parte de la gente había abandonado hacía rato su forma biológica. En realidad, ni siquiera se hablaba ya de personas sino de inteligencias. Hacia 2030, los límites entre inteligencia artificial y natural comenzaron a hacerse difusos, poco después los robots adquirieron derechos civiles y, finalmente, dejó de haber distinción entre autómatas y humanos. Las conciencias podían pasar sin mayores dificultades de un soporte físico a otro e incluso vivir directamente en mundos virtuales a los que todavía se llamaba informalmente Matrix. El soporte biológico era obsoleto y sólo lo utilizaban los presingulares que no habían migrado y quienes querían experimentar «nuevas» experiencias. Estos últimos, previamente debían hacerse un backup para evitar cualquier inconveniente.

De todos modos, incluso los cuerpos biológicos no eran lo que habían sido. Si bien las células seguían siendo células, se había logrado que fueran inmortales y que el cuerpo nunca envejeciera. No existía el cansancio ni el dolor y no era necesario dormir (a menos, claro, que alguien quisiera experimentar estas sensaciones). Además, el cuerpo era muchísimo más resistente que los cuerpos sin manipular de antes del siglo XXI y millones de nanobots surcaban cada parte del organismo.

Andrés se dispuso a ingresar en su experiencia virtual. Pensó ‘Buenos Aires, año 1979’ y la Omninet se encargó de que los nanobots de sus córneas proyectaran directamente a sus retinas las imágenes virtuales correspondientes. Ahora sólo faltaba la hamburguesa. Existían infinidad de sabores virtuales nuevos, creados después de la singularidad, e incluso el propio sentido del gusto era obsoleto ya que se habían desarrollado cientos de sentidos adicionales a los cinco originales. Pero Andrés estaba antojado de comer su hamburguesa a la vieja usanza.

Se acercó a lo que él veía como una vieja TV en blanco y negro pero que era la interface con la Omninet. Imaginó la hamburguesa que preparaba su madre e inmediatamente la vio en el monitor. Andrés pensó que era la correcta y ese pensamiento fue la orden para que se transmitieran los planos de la hamburguesa a los nanobots que estaban en un rincón del cuarto. Estos comenzaron a construirla de inmediato, ensamblando átomo por átomo. Simultáneamente, se debitó de su cuenta bancaria el monto correspondiente al copyright de los planos de la hamburguesa que la firma Nanovintage había publicado en la Omninet…

Detengámonos aquí y analicemos: «se debitó de su cuenta bancaria», «copyright de los planos» ¿No están estos conceptos un poco fuera de contexto?

En la historia anterior se incluyen muchos de los tópicos habituales que se utilizan en los textos anticipatorios para futuros relativamente lejanos. Entre ellos suelen encontrarse cambios espectaculares a nivel humano, tecnológico o filosófico, pero es sorprendente el hecho de que muchas veces los correspondientes a la organización social no son ni siquiera considerados. Muchos de quienes hablan y piensan en estos temas pueden imaginar mundos increíbles como el que habita Andrés, pero no pueden concebir un cambio en el sistema económico imperante. Pueden especular con transformaciones tan extremas como que la muerte haya sido dominada o que la inteligencia artificial se haya equiparado con la humana, pero no pueden imaginar la desaparición del capitalismo (o, en general, de cualquier forma de relación de producción). En este contexto, no se trata de discutir sobre si el capitalismo es injusto o si debe ser reemplazado, sino de observar que, frente a cambios tan drásticos, es indispensable analizar también qué podría suceder con el orden social.

Ray Kurzweil, por ejemplo, en su libro de 1999 La era de las máquinas espirituales, especula sobre cómo imagina el futuro. Hace predicciones para 2009, 2019 y 2029 tras lo cual salta hasta 2099. Para los primeros tres años, todos previos a cualquier fecha que pueda conjeturarse para la singularidad, Kurzweil realiza pronósticos en base a proyecciones del momento en el que escribió el libro. En cambio, el capítulo dedicado a 2099 es más bien un espacio en el que hace volar su imaginación, ya que en la práctica es imposible hacer predicciones acertadas con 100 años de anticipación cuando la tecnología progresa de manera exponencial. Y más aún si durante ese lapso se produce un suceso como la singularidad que, por definición, implica cambios tan profundos que quienes vivimos antes de que acontezca no podemos comprender o predecir nada de lo que sucederá después de dicho evento.

Kurzweil imagina que Molly, su personaje en el futuro, se fusionó con una inteligencia artificial llamada George hasta llegar a ser una única entidad que, sin embargo, mantiene ambas individualidades en un cierto nivel. Estas, incluso, pueden mantener relaciones sexuales entre ellas. Las personas prescinden de sus sustratos físicos y viven en la web, aunque pueden emerger al mundo real cuando lo deseen. No hace falta alimentarse y ya ni siquiera tiene sentido para Molly la palabra necesidad. La discusión acerca de la identidad ya está resuelta y en los censos no se cuentan personas sino cálculos por segundo. Molly tiene unos 120 años y su imagen es la que ella desee en cada momento.

Sin embargo, a pesar de su frondosa imaginación, Kurzweil concibe a Molly como una empresaria con una ganancia neta de mil millones de dólares de 2099, que analiza 5000 propuestas de riesgo por año e invierte en un tercio de ellas. En ese mundo, todas las personas son empresarias y lo que se compra es, básicamente, pensamiento y conocimiento. Una parte es gratuita pero otra requiere del pago de una tarifa de acceso, problema que es, en esencia, el mismo que tenemos actualmente con los derechos de autor en Internet.

Se puede apreciar claramente el contraste entre la persistencia del régimen socio-económico y los increíbles cambios en todos los otros aspectos. Kurzweil no puede sustraerse del sentido común de su tiempo y entorno y no consigue imaginar nada que escape de las relaciones de producción establecidas. De hecho, cuando Molly explica desde el futuro que todas las personas son empresarias, Kurzweil reflexiona: «Veo que algunas cosas evolucionaron en la dirección adecuada«.

Parece como si el mercado y las relaciones que de él se desprenden fueran más consustanciales a la esencia humana que la muerte misma, casi como una ley divina… Y es que las relaciones de intercambio de tipo capitalista están tan arraigadas en nosotros que nos parece que son naturales y que ninguna otra cosa puede existir. Pero no hay que olvidar que el capitalismo tiene tan sólo unos pocos siglos de existencia, es decir una parte ínfima de la historia de nuestra especie. Y que las personas de cada época percibieron su forma de organización como la natural.

Es por esto que siempre fue complicado hacer predicciones sobre los cambios sociales. Antes de que se produjera la Revolución Industrial era muy difícil pronosticar el final del feudalismo y el triunfo definitivo del capitalismo. Del mismo modo hoy, en lo que parece ser el preludio de una revolución incomparablemente mayor, es imposible imaginar cómo será la organización social resultante.

Los transhumanistas libertarios sostienen que el libre mercado es el mejor sistema para conseguir los objetivos del transhumanismo. Quizás esto sea cierto (a riesgo de que los beneficios sean sólo para algunos) ya que el capitalismo se caracteriza por su dinamismo y pujanza. Sin embargo, lo que no se preguntan es qué sucederá después, cuando esos objetivos se hayan alcanzado. Desde la lógica del mercado, los próximos avances tecnológicos y, eventualmente, la singularidad se perciben indudablemente como una gran oportunidad de negocio pero ¿para qué hacer negocios una vez que podamos acceder a todo lo que estos avances tengan para ofrecernos?

Robot cocinero¿Qué pasará cuando los robots puedan hacer todas las tareas que hacemos los humanos? Cuando nuestro celular charle con nosotros y nos diseñe la casa o nos diga cómo curarnos, cuando las fábricas estén pobladas tan sólo por robots e incluso el manejo de las organizaciones o los países esté a cargo de inteligencias artificiales, cuando las viviendas sean levantadas sin intervención humana y la comida sea hecha por nanobots, ¿qué sentido tendrá hacer negocios?

Las mercancías que genera una sociedad (ya sean bienes materiales o servicios) tienen un valor que es producto de la cantidad de trabajo humano utilizado para producirlas. Si todo el trabajo fuera realizado por robots, el valor de cualquier mercancía resultaría cero, dado que no habría trabajo humano invertido en su producción. En consecuencia, el capitalismo, tal como lo conocemos, dejaría de tener sentido.

Podría argumentarse que en algún momento, cuando la inteligencia artificial iguale a la humana y eventualmente llegue a desarrollar conciencia, el trabajo de los robots también generará valor, transformando al capitalismo pero no agotándolo. Esta es una idea antropocéntrica que asume que la inteligencia artificial se comportará igual a la humana en todos los aspectos pero, aun si esto fuera así, en lo que respecta al trabajo siempre podrán existir máquinas que no tengan conciencia y que realicen las tareas que no quieran hacer ni los seres humanos ni las IAs. Por lo tanto, el valor de las mercancías seguiría siendo cero.

En rigor, no sólo el capitalismo podría dejar de tener sentido. Todos los modos de producción (de los cuales el capitalismo es tan sólo un ejemplo) están basados en el intercambio de mercancías para satisfacer las necesidades. Ahora bien, si todas las necesidades estuvieran satisfechas tal como le sucede a Molly, ¿para qué intercambiar mercancías que cualquiera podría obtener por sí mismo y sin esfuerzo? En consecuencia, cualquier relación de producción en general podría volverse obsoleta.

Respecto del capitalismo en particular, un trabajador no estaría en condiciones de vender su fuerza de trabajo ya que la misma podría ser obtenida de un robot a valor cero. Sin embargo, difícilmente una persona esté dispuesta a trabajar para otra si tiene todas sus necesidades satisfechas por lo cual, el hecho de que los robots reemplacen a los humanos en todas las tareas no generaría un mundo con una desocupación descomunal sino uno en el que el trabajo humano ya no sería necesario. Desde el punto de vista de los productores, este estado de las cosas parecería inmejorable ya que se podría producir sin costo y sin necesidad de lidiar con los trabajadores. No obstante, en un mundo en el que cada persona pudiera autosatisfacer sus necesidades no existirían los consumidores. Entonces, ¿a quiénes le venderían los capitalistas?

Todo esto induce a pensar que, paradójicamente, a pesar de que es el capitalismo el que está gestando las condiciones en las que podría desarrollarse esta nueva sociedad, el mundo resultante sería incompatible con el mismo. A pesar de esto, es probable que, en un principio, antes de dar paso a otra organización social, el viejo capitalismo sea el responsable de que tan sólo unos pocos privilegiados (los que tengan los recursos necesarios) puedan disfrutar del mundo por venir. Este eventual canto del cisne tendría como consecuencia que esos privilegiados se conviertan en los únicos en acceder a la inmortalidad.

¿Y la capacidad de llevar adelante un emprendimiento? ¿La iniciativa privada? ¿El individualismo? Todas éstas son ideas ancladas en el sentido común de nuestra sociedad que parecen naturales pero no lo son. Sin duda surgirán nuevos incentivos distintos del dinero, incluso algunos que hoy ni imaginamos. Por otra parte, aun si aceptáramos que el egoísmo está en la naturaleza del hombre (algunos hasta consideran que es beneficioso, en línea con las ideas objetivistas de Ayn Rand), cómo no pensar que, en un mundo tan diferente, eso también podría cambiar. ¿Acaso es más fácil imaginar seres humanos inmortales que personas solidarias por naturaleza?

Finalmente, siguiendo la idea de progreso exponencial de Kurzweil según la cual la tecnología es evolución por otros medios, podemos imaginar que no somos más que un eslabón de esa evolución y que en el futuro nuestras individualidades podrían dejar de tener importancia en dicho proceso. El elemento clave en la evolución del universo podría ser, por ejemplo, la capacidad total de cómputo que se vaya generando. En este caso, no sólo el capitalismo sino también el propio concepto de individuo llegarán a estar tan perimidos como los dinosaurios.